Evangelios Apócrifos. Evangelio Armenio de la infancia 4 parte

Del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo en la caverna
VIII 1. En aquellos días, llegó un decreto de Augusto, que ordenaba hacer un
empadronamiento por toda la tierra, y entregar al emperador los impuestos debidos al
tesoro, teniendo cada cual que pagar anualmente un diezmo calculado sobre el estado
nominativo de las personas pertenecientes a su casa. En vista de ello, José resolvió
presentarse con María al censo, para ser inscritos en él ambos, así como las demás
personas de su familia. E inmediatamente enjaezó su montura, y preparó todo lo
preciso para su subsistencia corporal. Y, tomando consigo a su hijo menor José colocó
a María sobre el asno, y juntos partieron, siguiendo la ruta que se dirige hacia el Sur.
2. Y, cuando estuvieron a quince estadios de Nazareth, lo que hace nueve millas, José
miró a María, y vio que su semblante estaba alterado, sombrío y melancólico. Pensó
entre sí: Hállase en gestación, y, a causa de su embarazo, no puede sostenerse bien
sobre su cabalgadura. Y preguntó a María: ¿Por qué está triste y turbada tu alma? Y
María repuso: ¿Cómo podría estar alegre, encontrándome, como me encuentro,
encinta, y no sabiendo adónde voy? José dijo: Tienes razón, María. Pero bendito sea el
Señor Dios de Israel, que nos ha librado de la calumnia y de la denigración de los
hombres. Y María replicó: ¿No te dije tiempo ha, en la esperanza de que me creyeses,
que yo no era consciente de falta alguna, y que me juzgabas con ligereza temeraria, a
pesar de mi inocencia? Pero el Señor de todas las cosas es quien me ha librado de
mortales peligros.
3. Y, después de haber caminado una hora, José volvió a mirar a María, y vio con
júbilo que ésta se estremecía de regocijo. Y María lo interrogó: ¿Por qué me miras, y
por qué tu insistencia en preguntarme? José dijo: Es que me admiran los cambios de tu
rostro, tan pronto triste como alegre. María dijo: Me exalto gozosamente, porque Dios
me ha preservado de las emboscadas del enemigo. Mas quiero, para instrucción tuya,
revelarte una cosa nueva. José dijo: Veamos. María dijo: Me alegro y me entristezco,
porque contemplo dos ejércitos compuestos de numerosos batallones: uno a la derecha
y otro a la izquierda. Los soldados del que se encuentra a la derecha, se muestran
alegres, y los del que se encuentra a la izquierda, tristes.
4. Al oír esto, José quedó asombrado, y, sumiéndose en reflexión, se dijo: ¿Qué
significa tan extraña visión? Y, en el mismo momento, un ángel se dirigió a María, y le
dijo: Regocíjate, virgen y sierva del Señor. ¿Ves la señal que te ha aparecido? María
dijo: Sí. El ángel dijo: Hoy día, los dolores de tu liberación están próximos. Las tropas
que divisas a la derecha las componen todas las multitudes del ejército de los ángeles
incorporales, que observan y esperan tu parto santo, para ir a adorar al niño recién
nacido, hijo del rey divino y soberano de Israel. Las tropas que divisas a la izquierda
son los batallones reunidos de la legión de los demonios de negros vestidos, los cuales
aguardan el acontecimiento con gran turbación, porque van a ser derrotados. Y,
habiendo oído estas palabras del ángel, José y María quedaron confortados, y rindieron
vivas acciones de gracia a Dios.
5. Y así caminaban, en un frío día de invierno, el 21 del mes de tébéth, que es el 6 de
enero. Y, como llegaron a un pasaje desolado, que había sido otrora la ciudad real
llamada Bethlehem, a la hora sexta del día, que era un jueves, María dijo a José:
Bájame del asno, porque el niño me hace sufrir. Y José exclamó: ¡Ay, qué negra suerte
la mía! He aquí que mi esposa va a dar a luz, no en un sitio habitado, sino en un lugar
desierto e inculto, en que no hay ninguna posada. ¿Dónde iré, pues? ¿Dónde la
conduciré, para que repose? No hay aquí, ni casa, ni abrigo con techado, a cubierto del
cual pueda ocultar su desnudez.
6. Al cabo de mirar mucho, José encontró una caverna muy amplia, en que pastores y
boyeros, que habitaban y trabajaban en los contornos, se reunían, y encerraban por la
noche sus rebaños y sus ganados. Allí habían hecho un pesebre para el establo en que
daban de comer a sus animales. Mas, en aquel tiempo, por ser de invierno crudo, los
pastores y los boyeros no se encontraban en la caverna.
7. José condujo a ella a María. La introdujo en el interior, y colocó cerca de la Virgen a
su hijo José, en el umbral de la entrada. Y él salió, para ir en busca de una partera.
8. Y, mientras caminaba, vio que la tierra se había elevado, y que el cielo había
descendido, y alzó las manos, como para tocar el punto en que se habían reunido tierra
y cielo. Y observó, en torno suyo, que los elementos aparecían entorpecidos y como en
estado bruto. Los vientos, inmóviles, habían suspendido su curso, y los pájaros habían
detenido su vuelo. Y, mirando al suelo, divisó un jarro nuevo, cerca del cual, un
alfarero amasaba arcilla, haciendo ademán de juntar sus dos manos, que no se
juntaban. Todos los demás seres tenían los ojos puestos en lo alto. Contempló también
rebaños, que un pastor conducía, pero que no marchaban. El pastor blandía su cayado,
mas no podía pegar a los carneros, sino que su mano permanecía tensa y elevada hacia
arriba. Por un barranco irrumpía un torrente, y unos camellos que pasaban por allí,
tenían puestos sus labios en el borde del barranco, peros no comían. Así, en la hora del
parto de la Virgen Santa, todas las cosas permanecían como fijadas en su actitud.
9. Mirando más lejos, José vio a una mujer, que venía de la montaña, y cuyos hombros
cubría una larga túnica. Y fue a su encuentro, y se saludaron. Y José preguntó: ¿De
dónde vienes, y adóndo vas, mujer? Y ella repuso: ¿Y qué buscas tú, que me
interrogas así? José dijo: Busco una partera hebraica. La mujer dijo: ¿Quién es la que
ha parido en la caverna? José dijo: Es María, que ha sido educada en el templo, y que
los sacerdotes y todo el pueble me concedieron en matrimonio. Mas no es mi mujer
según la carne, porque ha concebido del Espíritu Santo. La mujer dijo: Está bien, pero
indícame dónde se halla. José dijo: Ven y ve.
10. Y, mientras caminaban, José preguntó a la mujer: Te agradeceré me des tu nombre.
Y la mujer repuso: ¿Por qué quieres saber mi nombre? Yo soy Eva, la primera madre
de todos los nacidos, y he venido a ver con mis propios ojos mi redención, que acaba
de realizarse. Y, al oír esto, José se asombró de los prodigios de que venía siendo
testigo, y que no se daban vagar unos a otros.
11. Habiendo llegado a la caverna, se detuvieron a cierta distancia de la entrada. Y, de
súbito, vieron que la bóveda de los cielos se abría, y que un vivo resplandor se
esparcía de alto a abajo. Una columna de vapor ardiente se erguía sobre la caverna, y
una nube luminosa la cubría. Y se dejaba oir el coro de los seres incorporales, ángeles
sublimes y espíritus celestes que, entonando sus cánticos, hacían resonar
incesantemente sus voces, y glorificaban al Altísimo.
De cómo Eva, nuestra primera madre, y José llegaron a la caverna con premura, y
vieron el parto de la muy Santa Virgen María
IX 1. Y, cuando José y nuestra primera madre vieron aquello, se prosternaron con la
faz en el polvo, y, alabando a Dios en voz alta, lo glorificaban, y decían: Bendito seas,
Dios de nuestros padres, Dios de Israel, que, por tu advenimiento, has realizado la
redención del hombre; que me has restablecido de nuevo, y levantado de mi caída; y
que me has reintegrado en mi antigua dignidad. Ahora mi alma se siente engrandecida
y poseída de esperanza en Dios mi Salvador.
2. Y, después de haber hablado así, Eva, nuestra primera madre, vio una nube que
subía al cielo, desprendiéndose de la caverna. Y, por otro lado, aparecía una luz
centelleante, que estaba puesta sobre el pesebre del establo. Y el niño tomó el pecho de
su madre, y abrevó en él leche, después de lo cual volvió a su sitio, y se sentó. Ante
este espectáculo, José y nuestra primera madre Eva alabaron y glorificaron a Dios, y
admiraron, estupefactos, los prodigios que acababan de ocurrir. Y dijeron: ¿Quién ha
oído de boca de nadie una cosa semejante, ni visto con sus ojos nada de lo que
nosotros estamos viendo?
3. Y nuestra primera madre entró en la caverna, tomó al niño en sus brazos, y lo
acarició con ternura. Y bendecía a Dios, porque el niño tenía un semblante
resplandeciente, hermoso y de rasgos muy abiertos. Y, envolviéndolo en pañales, lo
depositó en el pesebre de los bueyes, y luego salió de la gruta. Y, de pronto, vio a una
mujer llamada Salomé, que procedía de la ciudad de Jerusalén. Y, yendo hacia ella, le
dijo: Te anuncio una feliz y buena nueva. En esta gruta, ha traído al mundo un hijo una
virgen que no ha conocido en absoluto varón.
4. Y Salomé repuso: Me consta que toda la ciudad de Jerusalén la ha condenado como
culpable y digna de muerte. Y, a causa de su vergüenza y de su deshonra, ha huido de
la ciudad, para venir aquí. Y yo, Salomé, he sabido, en Jerusalén, que esa virgen ha
dado a luz un hijo varón, y he venido, gozosa, para verlo. Nuestra primera madre Eva
dijo: Es cierto, y, sin embargo, su virginidad es santa, y permanece inmaculada.
Salomé preguntó: ¿Y cómo has podido enterarte de que continúa en estado virginal,
después del parto? Eva contestó: Cuando entré en esta gruta, vi una nube luminosa que
se cernía por encima de ella, y se oía, en las alturas, un rumor de palabras, con las que
el numeroso ejército de los coros espirituales de los ángeles bendecían al Altísimo, y
exaltaban su gloria. Y, hacia el cielo, se elevaba como una niebla brillante. Salomé le
dijo: Por la vida del Señor, que no creeré en tus palabras, antes de ver que una virgen
que no ha conocido varón ha traído un hijo al mundo, sin concurso masculino. Y,
penetrando en la caverna, nuestra primera madre dijo a María: Disponte, porque es
preciso, a que Salomé te ponga a prueba y corrobore tu virginidad.
5. Y, cuando Salomé entró en la caverna y, extendiendo la mano, quiso acercarla al
vientre de la Virgen, súbitamente una llama, que brotó de allí con intenso ardor, le
quemó la mano. Y, lanzando un grito agudo, exclamó: ¡Malhaya yo, miserable e
infortunada, a quien mis faltas han extraviado gravemente! ¿Quién ha producido en mí
este horror? Porque he pecado contra el Señor, he blasfemado de él, y he tentado al
Dios vivo. ¡He aquí que mi mano se ha convertido en un fuego ardiente!
6. Pero un ángel, que estaba cerca de Salomé, le dijo: Extiende tu mano hacia el niño,
aproxímala a él, y quedarás curada. Y, cayendo a los pies del niño, Salomé lo besó, y,
tomándole en sus brazos, lo acariciaba, y decía: ¡Oh recién nacido, hijo del Padre
grande y poderoso, niño Jesús, Mesías, rey de Israel, redentor, ungido del Señor, tú te
has manifestado en la ciudad de David! ¡Oh luz que te has levantado sobre la tierra, tú
nos has descubierto la redención del mundo!
7. Salomé añadió a estas palabras otras parecidas, y, en el mismo momento, su mano
quedó curada. Y, levantándose, adoró al niño. Entonces, el ángel le dirigió la palabra,
y le advirtió: Cuando vuelvas a Jerusalén, no digas a nadie la visión que te ha
aparecido, no sea que llegue a conocimiento del rey Herodes, antes que el niño Jesús
vaya al templo para la purificación, después de cuarenta días. Salomé repuso:
Obedeceré, Señor, conforme a tu voluntad. Y, de regreso en su casa, no comunicó a
nadie las palabras que el ángel le había dicho.
De los pastores que vieron la natividad del Señor
X 1. Y, cerca de aquel sitio, habitaban los pastores de que ya hemos hablado. Pero sus
rebaños de cabras y de ovejas no se recogían más que al caer la noche, en lugares
apartados y lejanos, donde pastaban en las montañas y en la llanura. Y, al oscurecer,
cada pastor reunía su rebañó, y velaba y guardaba sobre él las vigilias de la noche. Y
he aquí que el ángel del Señor vino sobre los pastores, y la claridad de Dios los cercó
de resplandor. Y tuvieron gran temor y, lanzando gritos, se congregaron en un mismo
lugar, y dijeron los unos a los otros: ¿Qué palabra es ésta que hasta nosotros ha
llegado, y que no conocemos?
2. Mas el ángel les dijo de nuevo: No temáis, hombres discretos e inteligentes que os
habéis congregado Porque he aquí que os doy nuevas de gran gozo, y es que os ha
nacido hoy mismo un salvador, que es el Cristo del Señor, en la ciudad de David. Y
esto os será por señal. Cuando entráis en la gruta, hallaréis a un niño envuelto en
pañales y echado en un pesebre de bueyes Y, después de haber oído al ángel, los
pastores, en nú mero de quince, fueron aprisa al paraje que les indican aquél. Y,
viendo a Jesús, se prosternaron ante él y lo adoraron. Y alababan en voz alta a Dios,
diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz y buena voluntad para con los
hombres. Y cada uno de los pastores volvk a su rebaño, alabando y glorificando al
Cristo.
De cómo los magos llegaron con presentes, para adorar al niño Jesús recién nacido
XI 1. Y José y María continuaron con el niño en la caverna, a escondidas y sin
mostrarse en público, para que nadie supiese nada. Pero al cabo de tres días, es decir.
el 23 de tébeth, que es el 9 de enero, he aquí que los magos de Oriente, que habían
salido de su país hacía nueve meses, y que llevaban consigo un ejército numeroso,
llegaron a la ciudad de Jerusalén. El primero era Melkon, rey de los persas; el segundo,
Gaspar, rey de los indios; y el tercero, Baltasar, rey de los árabes. Y los jefes de su
ejército, investidos del mando general, eran en número de doce. Las tropas de
caballería que los acompañaban, sumaban doce mil hombres, cuatro mil de cada reino.
Y todos habían llegado, por orden de Dios, de la tierra de los magos, su patria, situada
en las regiones de Oriente. Porque, como ya hemos referido, tan pronto el ángel hubo
anunciado a la Virgen María su futura maternidad, marchó, llevado por el Espíritu
Santo, a advertir a los reyes que fuesen a adorar al niño recién nacido. Y ellos,
habiendo tomado su decisión, se reunieron en un mismo sitio, y la estrella que los
precedía, los condujo, con sus tropas, a la ciudad de Jerusalén, después de nueve meses
de viaje.
2. Y acamparon en los alrededores de la ciudad, donde permanecieron tres días, con los
príncipes de sus reinos respectivos. Aunque fuesen hermanos e hijos de un mismo
padre, ejércitos de lenguas y nacionalidades diversas caminaban en su séquito. El
primer rey, Melkon, aportaba, como presentes, mirra, áloe, muselina, púrpura, cintas
de lino, y también los libros escritos y sellados por el dedo de Dios. El segundo rey,
Gaspar, aportaba, en honor del niño, nardo, cinamomo, canela e incienso. Y el tercer
rey, Baltasar, traía consigo oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran
precio.
3. Y, cuando llegaron a la ciudad de Jerusalén, el astro que los precedía, ocultó
momentáneamente su luz, por lo que se detuvieron e hicieron alto. Y los reyes de los
magos y las numerosas tropas de sus caballeros se dijeron los unos a los otros: ¿Qué
hacer ahora, y en qué dirección marchar? Lo ignoramos, porque la estrella nos ha
guiado hasta hoy, y he aquí que acaba de desaparecer., abandonándónos y dejándonos
en angustioso apuro. Vamos, pues, a informarnos respecto al niño, y busquemos el
lugar exacto en que esté, y después proseguiremos nuestra ruta. Y todos convinieron
unánimemente en que esto era lo más puesto en razón.
4. Y el rey Herodes, al ver la numerosa caballería que acampaba, amenazadora,
alrededor de la ciudad, concibió vivo temor. Y, poniéndose a reflexionar, se dijo:
¿Quiénes son esos hombres que acampan ahí con un ejército numeroso, y que
disponen de una fuerza enorme, de tesoros, de vastas riquezas y de objetos de lujo?
Ninguno de ellos ha venido a presentarse a mí, y sus jefes son en tal medida grandes y
victoriosos, que no han dado un solo paso para cumplimentarme. Luego el rey mandó
llamar a los príncipes de su corte y a sus más altos dignatarios y, reunidos en concejo,
se dijeron los unos a los otros: ¿Cómo obraremos con esas gentes, que traen un ejército
numeroso a sus órdenes, y que son jefes aguerridos?
5. Y los príncipes dijeron a Herodes: ¡Oh rey, ordena que se guarde bien esta ciudad
por los guerreros de tu guardia, no sea que esos extranjeros la sorprendan
clandestinamente, se apoderen de ella a viva fuerza, y conduzcan a los habitantes en
cautividad! El rey repuso: Habláis bien, pero valgámonos antes de medios amistosos, y
después veremos. Y los príncipes dijeron: ¡Oh rey, dispón que todas tus tropas se
reúnan, que desplieguen vigilante energía, y que se mantengan atentas y sobre las
armas! Y, en el ínterir, enviad a esas gentes como diputados a varones hábiles, que
vayan a parlamentar con ellos, y que les pregunten, al justo y en detalle, de dónde
vienen y adónde van.
6. Entonces Herodes eligió a tres príncipes, hombres doctos y letrados, para que fuesen
a entrevistarse con los extranjeros de parte suya. Y, llegando a éstos, unos y otros se
saludaron con mutua consideración, y se sentaron. Y los príncipes dijeron: Hombres
venerables y reyes poderosos, explicadnos el motivo de vuestro advenimiento a
nuestro país. Los magos dijeron: ¿Por qué nos hacéis esa pregunta, si somos nosotros
los que venimos a interrogaros? Procedemos de Persia, comarca lejana, y tenemos
prisa en proseguir nuestra ruta. Los príncipes dijeron: Escuchadnos, por amor de Dios.
Nuestro rey está en la ciudad, y, al notar que os establecíais aquí en observación,
esperaba que os presentaseis a él, pues querría veros, oíros, hablaros, y conversar con
vosotros. Mas, como no os apresuraseis a ir a visitarlo, nos ha enviado en vuestra
busca, para invitaros a que os personéis en su palacio, a fin de informarse, con todo
respeto, de vuestras intenciones, y saber lo que deseáis.
7. Los magos dijeron: ¿Y para qué nos requiere vuestro rey? Si él tiene alguna cuestión
que plantearnos, nosotros, por nuestra parte, nada tenemos que ver, nada que oír, nada
que manifestar a nadie. Los príncipes dijeron: ¿Venís, pues, como amigos o con
designios violentos? Los magos dijeron: Libre y gozosamente hemos venido de
nuestra nación aquí. Nadie nos ha sometido a semejante interrogatorio, ¡y vosotros
pretendéis ahora sondearnos! Los príncipes dijeron: El rey es quien nos ha mandado
venir a veros, a oíros y a hablaros. Desde que habéis acampado en las afueras, un olor
de esencias aromáticas ha salido de vuestras tiendas, y llenado toda nuestra ciudad.
¿Sois mercaderes, que os dedicáis al gran comercio, o poderosos señores familiares de
reyes, que traéis en abundancia perfumes refinados de todas las flores preciosas, los
cuales tratan de cambiar en algún país rico? Los magos dijeron: Nada de eso somos, ni
nada tenemos que vender, y sólo preguntamos por nuestro camino.
8. Los príncipes preguntaron: ¿Qué camino? Y los magos contestaron: Aquel por el
que el Señor nos conducirá, en la justicia, hasta el país del bien. Por orden de Dios y
de común acuerdo, hemos venido aquí. Hace nueve meses que nos pusimos en marcha,
y no pudimos aún llegar a tiempo a nuestro destino. La estrella que nos guiaba, nos
precedía de continuo, y, al terminar cada etapa de nuestro viaje, se estacionaba sobre
nuestras cabezas. Cuando, puestos de nuevo en camino, apresurábamos la marcha, la
estrella, dejada atrás, tomaba otra vez la delantera, y así hasta este lugar. Ahora, su luz,
ha desaparecido de nuestra vista, y, sumidos en la incertidumbre, no sabemos qué
hacer.
9. Y los príncipes fueron a contar al rey todo lo que les participaron los magos.
Entonces Herodes se decidió a ir en persona a entrevistarse con ellos, y, así que estuvo
en su campamento, les preguntó: ¿Con qué propósito habéis hecho tan largo viaje a
esta tierra, con ejército tan numeroso y con presentes tan ricos? Y los magos
contestaron: Venimos de Persia, del Oriente. Por razón de nuestra nacionalidad, se nos
llama magos. Hemos llegado aquí conducidos por una estrella, y la causa de nuestro
viaje es haber visto en nuestro país que un rey ha nacido en el país de Judea. Nuestro
objeto es visitarlo y adorarlo.
10. Herodes, que tal oyó, quedó profundamente turbado y empavorecido. Él interrogó a
los extranjeros: ¿De quién habéis sabido lo que decís, o quién os lo ha contado? Y los
magos respondieron: De ello hemos recibido de nuestros antepasados el testimonio
escrito, que se guardó bajo pliego sellado. Y, durante largos años, de generación en
generación, nuestros padres y los hijos de sus hijos han permanecido en expectación,
hasta el momento en que aquella palabra se ha realizado ante nosotros, puesto que en
una visión se nos ha manifestado, por mandato de Dios y por ministerio de un ángel. Y
hemos llegado a este lugar, que nos ha indicado el Señor. Herodes dijo: ¿De dónde
proviene ese testimonio, sólo de vosotros conocido?

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