Evangelios Apócrifos. Evangelio Armenio de la infancia 10 parte.-

De cómo la Sagrada Familia fue a la villa de Emmaús y cómo Jesús curó a los enfermos.


Milagros operados por él

XXIV 1. En vista de lo ocurrido, María y José tomaron a Jesús durante la noche,
marcharon a una aldea llamada Emmaús, donde decidieron residir. Y Jesús tenía diez
años, y circulaba por la comarca. Y, un día, saliendo de su albergue, fue a otra aldea
llamada Epathaíea o Ephaía. Y, en su ruta, encontró a un muchacho de quince años,
cuya persona entera era una pura llaga. No podía servirse de sus pies, sino que
marchaba arrastrándose, y, cuando alguien discurría por allí, imploraba su
misericordia. Jesús lo vio de lejos, y pasó por frente a él. Y el leproso le dijo: ¡Niño, te
ruego que me escuches! Por la salud de tus padres, dame una limosna, y Dios te
recompensará tu beneficio. Jesús repuso: Soy pobre e indigente, como tú, y, además,
hijo de un extranjero. ¿Cómo podría darte una limosna? El leproso replicó: No alegues
falsos pretextos. Si te queda en reserva una monedita, un óbolo o un pedazo de pan,
préstame algún pequeño socorro, que demuestre tu generosidad, pues bien veo a qué
clase perteneces, aunque, por la edad, no seas más que un niño. Yo estimo, en efecto,
que eres de elevado linaje, e hijo de un general de los ejércitos reales, probablemente.
Porque tus rasgos te denuncian. No te ocultes de mí, que noto una presencia
distinguida y una belleza extremada.
2. Preguntó Jesús: ¿A qué raza perteneces? El leproso respondió: A la raza de Israel y a
la rama de Judá. Jesús añadió: ¿Tienes padre y madre? ¿Cuidan de ti? El leproso
explicó: Mi padre ha muerto y mi madre es la que me sirve conforme al capricho suyo.
Y Jesús dijo, extrañado: ¿Cómo así? Y el leproso repuso: Ya ves que estoy enfermo.
Al oscurecer, mi madre viene, y me vuelve a la casa. Al día siguiente, me trae otra vez
aquí. Los viandantes me hacen graciosamente limosnas, y, gracias a ellas, subsisto.
Preguntó Jesús: ¿Por qué no te has presentado a los médicos, para que te curen? El
respondió: Estoy imposibilitado por mi enfermedad, no podría hacerlo y mi madre
apenas cuida de mí. Porque, desde que me dio a luz, he crecido entre muchos gemidos
y dolores. Y, por la violencia y la atrocidad de mis males, los miembros de mi cuerpo
se han relajado y desunido, los tendones de mis huesos se han consumido en la
putrefacción, toda mi persona se ha cubierto de úlceras, como bien ves.
3. Y Jesús dijo: Conozco médicos que saben componer un remedio, que da la muerte y
la vida. Si quieres aplicártelo, este remedio será tu curación. El leproso replicó: Desde
mi infancia hasta hoy día, jamás he consultado con ningún médico, y jamás he oído
decir que mi mal haya sido curado por un hombre. Mas Jesús insistió: ¿No te advertí
que hay médicos hábiles, que traen de la muerte a la vida? Y el leproso dijo: ¿Y por
cuál remedio puede un hombre curar semejante estrago? Jesús repuso: Por una simple
palabra, y no por un remedio. Al oír esto, el joven quedó vivamente sorprendido, y
exclamó: ¡He aquí cosas asombrosas! ¿Cómo un mal puede ser curado sin el auxilio de
remedio alguno? Jesús dijo: Existen médicos que, de una ojeada tan sólo, distinguen
las enfermedades mortales de las curables. El leproso insinuó: Y tú, que cuentas menos
edad que yo, ¿de dónde has sacado tanta ciencia? Jesús repuso: De lecciones oídas y
de mi saber propio. Y el leproso objetó: ¿Por ventura has visto con tus propios ojos
que un hombre haya sido curado de tamaño mal?
4. Y Jesús replicó: Entiendo algo en este asunto, por ser hijo de médico. El leproso
dijo: ¿Afirmas seriamente que entiendes en este asunto? Jesús dijo: Puedo curar todos
los males por una simple palabra, cuyos efectos he visto, y que he aprendido de mi
padre. El leproso interrogó: ¿De qué país es tu padre, y quién puede ponerme en
comunicación con él? Contestó Jesús: Aquel a quien entregues los honorarios de tu
curación, te presentará a mi padre, y éste te devolverá la salud. El leproso preguntó:
¿Cuáles son los honorarios que reclamas de mí? Respondió Jesús: Poca cosa: un
sextario de monedas, en oro y en plata, piedras preciosas de bella agua y perlas finas
de alto valor. El leproso, que tal oyó, se echó a reír con amargura, y dijo: ¡Por la vida
del Señor, que ni he oído siquiera el nombre de esas cosas! Pero escucha. Tu edad es la
de un niñoo, y todo te resulta cómodo, por ser hijo de padre noble y vástago de una
casa principal. Yo, pobre como soy, no te parezco más que un objeto de irrisión y de
burla. ¿De dónde me vendría esa opulencia de que me hablas? Y Jesús lo reprendió,
diciendo: ¿Por qué te enojas así? Todo lo que te dije, fue por pura benevolencia.
5. Y el leproso declaró: Varias veces se me ha puesto a prueba. Y tú también ves
perfectamente que no poseo nada excepto el vestido que me cubre, y el alimento
diario, que Dios nos dispensa a mi madre y a mí. Jesús preguntó: Entonces, ¿cómo
quieres curarte, teniendo las manos vacías? Respondió el leproso: Dios vendrá en mi
ayuda. Jesús dijo: Bien sé que Dios puede hacer todo lo que le piden los que lo
invocan con fe. Mas, con todo eso, ¿cómo curarte, puesto que eres pobre? El leproso
dijo: Mucho me admira que gastes tantas palabras para abrumarme. Jesús indicó:
Conozco un tanto las cosas de la ley. Y el leproso dijo: Si has leído a menudo los
mandamientos de Dios, sabrás cómo debe tratarse a los pobres y los indigentes. Jesús
completó: Hay que usar con ellos de amor y de misericordia. Y el leproso refrendé,
con llanto en sus mejillas: Has hablado con verdad y con bondad. Compadécete, pues,
de mí, y el que es dispensador de todos los bienes, te lo devolverá.
6. Cuando Jesús lo vio bañado en lágrimas, se enterneció, y le dijo: Sí, me compadezco
de ti. Y, en el mismo instante, extendió su mano, y tomó la del leproso, diciendo:
Levántate, yérguete sobre tus pies, y ve en paz a tu casa. Y, tan pronto pronunció estas
palabras Jesús, el leproso se levantó, e inclinándose, se prosterné ante él, y le dijo:
Dios te trate amorosa y misericordiosamente, como tú me has tratado. Y Jesús repuso:
Ve en paz, y no digas a nadie nada de lo que te hice. Y el leproso lo consultó,
diciendo: Si alguien me pregunta quién me curé, ¿qué he de contestar? Jesús repuso:
Que un niño, hijo de un médico, que pasaba por el camino, te vio, se compadeció de ti,
y te devolvió la salud. Y el muchacho curado se prosternó de nuevo a los pies de Jesús,
y volvió, gozoso, al lado de su madre.
7. Y, cuando su madre lo vio, lanzó un grito de júbilo, y le dijo: ¿Quién te ha curado?
Y él dijo: Me ha curado, por una simple palabra, el hijo de un noble médico, que se
encontró conmigo. Al oír estas palabras, la madre y todos los que estaban allí, se
congregaron alrededor del muchacho, y le preguntaron: ¿ Dónde está ese médico? Y él
contestó: No lo sé, y, además, me ordenó que no descubriese a nadie la caridad que
usó con mi persona. Y los que oían desde lejos el prodigio que había pasado, se
admiraban, y decían: ¿Quién es ese niño, que posee tal don de ciencia, y que opera
milagros tan insignes? Y muchos creyeron en su nombre. Y deseaban verlo, mas no
podían, porque Jesús se había ocultado a sus ojos.
De cómo el ángel advirtió a José que Iuese al pueblo de Nazareth
XXV 1. Y un miércoles, día cuarto de la semana, el ángel del Señor apareció a José,
en una visión nocturna, y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y ve al pueblo
de Nazareth, donde fijarás tu residencia, y de donde no te alejarás. Construirás allí una
casa, y habitarás en ella durante largo tiempo, hasta que Dios, en su bondad, te dé otro
aviso. Y, habiendo dicho esto, el ángel lo abandonó. Y, al día siguiente, José se
levantó temprano, tomó al niño y a su madre, y fue al pueblo de Nazareth, a la casa en
que moraban antes, y en la que permanecieron dieciocho años. Y Jesús tenía doce,
cuando llegó a Nazareth, lo que da la suma de treinta años.
2. Y el día segundo de la semana, Jesús salió de Nazareth, y fue a sentarse en un paraje
del camino. Y divisó a dos muchachos que avanzaban, y que disputaban entre sí
violentamente. Y vinieron a las manos, y se pegaron el uno al otro. Mas, cuando
vieron a Jesús, cesaron de pelear, y, aproximándose, se prosternaron ante él. Jesús les
ordenó que se sentasen, y lo hicieron así. Y Jesús les preguntó: Niños, ¿de qué
proviene tamaña cólera? ¿Qué desacuerdo os divide, para que cambiéis golpes con tal
violencia? Uno de los dos, que era el más joven, repuso: Es que no hay aquí juez que
nos juzgue en derecho. Jesús dijo: ¿Cómo os llamáis? El más joven respondió: Mi
nombre es Malaquías, y el de éste Miqueas. Somos dos hermanos, unidos por
sentimientos de familia. Y Jesús objetó: ¿Por qué, pues, os tratáis tan animosa e
injuriosamente?
3. Malaquías expuso a Jesús: Ruégote, niño, que escuches lo que decirte quiero. Mi
hermano es mayor que yo, que soy su segundón. Y se esfuerza en tratarme
inicuamente, lo que no le permito en modo alguno. Pronuncia, por tanto, entre
nosotros, un juicio equitativo. Jesús replicó: Explícame en qué consiste el motivo de
vuestro disgusto. Miqueas observó: Parece que eres hijo de juez y descendiente de
grandes monarcas. Jesús refrendé: Tú lo has dicho. Y Miqueas exclamó: ¡Dios te
recompense, a ti y a tus padres, si hoy traes, a mi hermano y a mí, la justicia con la
paz!
4. Mas Jesús dijo: ¿Quién me puso por juez o partidor sobre vosotros? Bien comprendo
que no queréis someteros a mis mandatos. Los dos hermanos replicaron: No digas eso,
ni nos hagas tamaña afrenta. Nos tomas por niños ignorantes. Tenemos, sin embargo,
letras, y conocemos la ley divina. Jesús indicó: Ante todo, contraed el compromiso de
no engañaros mutuamente, y de hacer lo que yo exija. Y los muchachos clamaron a
una: Tomamos por testigo a la ley divina, y juramos sobre sus mandamientos obedecer
tus órdenes, como órdenes emanadas de la Puerta Real. Y Jesús repuso: Reveladme la
verdad, para que la oiga de vosotros.
5. Y Malaquías dijo: Somos dos hermanos, que quedamos huérfanos de padre y madre.
Nuestros progenitores nos dejaron una herencia, y personas extrañas a la familia
retienen por usurpación nuestro patrimonio. Y disputamos entre nosotros, porque mi
hermano trata de desposeerme injustamente, y yo no me presto a ello. Y Jesús
preguntó: Cuando murieron vuestros padres, ¿a quién os confiaron en calidad de tutor
o encargado, hasta que alcanzaseis la edad de la razón? Los niños dijeron: Ninguno de
los dos se acuerda de nuestros padres. Jesús los interrogó: ¿Por qué, pues, os querelláis
el uno con el otro? Y Malaquías contestó: Mi hermano procura perjudicarme, alegando
que es el mayor. Mas Jesús repuso: No obréis así. Si queréis escucharme, haced paces,
y repartid amistosamente vuestros bienes. Y Miqueas dijo a Jesús: Niño, reconozco
que procedes con cordura, al hablarnos de conciliación. Empero cuanto al juicio que
pronuncias, es muy distinto, y óyeme lo que decirte quiero. Cuando murieron nuestros
padres, yo tenía más edad que mi hermano, que la tenía muy corta aún, y me empleé,
con muchos esfuerzos, en reconstituir nuestro patrimonio, que estaba devastado y en el
abandono más completo. Yo solo realicé ese trabajo penoso, y mi hermano no sabe
nada de ello.
6. Jesús lo hizo observar: Pero es tu hermano, y es un niño. Hasta hoy, lo has
sustentado y nutrido por caridad. No le hagas daño ahora. Id, y repartid vuestros bienes
con equidad. Guardaos mutuo afecto, y la paz de Dios será con vosotros. Y ellos,
obedientes a los deseos de Jesús, se prosternaron ante él. Y, cayendo el uno en los
brazos del otro, se besaron, y dijeron a Jesús: Hijo de rey, por cuya mediación se ha
restablecido la armonía entre ambos, Dios glorifique tu persona y tu santo nombre por
toda la tierra. Te rogamos que nos bendigas. Y Jesús repuso: Id en paz. y que el amor
de Dios permanezca en vosotros.
7. Y, luego que Jesús hubo hablado de esta suerte, se prosternaron de nuevo ante él, y
se fueron a su casa. Y Jesús regresó a la suya de Nazareth, junto a María. Y su madre,
al verlo, le preguntó: ¿Dónde has estado el día entero, sin comprender que ignoro lo
que pueda ocurrirte, y que me alarmo por ti, al pensar que andas solo por sitios
apartados? Y Jesús respondió: ¿Qué me quieres? ¿No sabes que debo, de aquí en
adelante, recorrer la región, y cumplir lo que de mí está escrito? Porque para esto es
para lo que he sido enviado. María opuso: Hijo mío, como no eres todavía más que un
niño, y no un hombre hecho, temo de continuo que te suceda alguna desgracia. Mas
Jesús advirtió: Madre mía, tus pensamientos no son razonables, porque yo sé todas las
cosas que han de venir sobre mí. Y María replicó: No te aflijas por lo que te dije, pues
muchos fantasmas me obsesionan, e ignoro lo que he de hacer. Y Jesús preguntó:
¿Qué piensas hacer conmigo? Respondió su madre: Eso es lo que me causa pena,
porque tu padre y yo hemos cuidado de que aprendieses todas las proflsiones en tu
primera infancia, y tú no has hecho nada, ni te has prestado a nada. Y ahora, que eres
ya mayorcito, ¿qué quieres hacer, y cómo quieres vivir sobre la tierra?
8. Al oír esto, Jesús se conmovió en su espíritu, y dijo a su madre: Me hablas con
extrema inconsideración. ¿No comprendes las señales y los prodigios que he hecho
ante ti, y que has visto con tus propios ojos? Y continúas todavía incrédula, a pesar del
tiempo que llevo viviendo contigo. Considera todos mis milagros y todas mis obras, y
toma paciencia por algún tiempo, hasta verlas cumplidas, puesto que aún no ha venido
mi hora, y permanece firmemente fiel. Y, habiendo dicho esto, Jesús salió de la casa
con premura.
Sobre las numerosas curaciones que Jesús realizó en el pueblo, en la aldea y en
dilerentes lugares
XXVI 1. Un día, Jesús, que había salido de su casa, recorría, solo, el país de los
galileos. Y, habiendo llegado a una aldea, que se llamaba Buboron o Buasboroín,
encontró allí a un hombre de treinta años, que estaba muy incomodado por la
vehemencia de su mal, y que yacía tendido sobre su lecho. Cuando Jesús lo vio, se
compadeció de él, y le preguntó: ¿De qué raza eres? El hombre repuso: De raza siria y
del país de los sirios. Jesús añadió: ¿Tienes todavía padre y madre? El hombre dijo: Sí,
y mis padres me han expulsado de su hogar. Errante ando por doquiera, para buscar mi
sustento diario, mas no poseo domicilio en parte alguna. Jesús inquirió: ¿Y cómo has
podido salir de tu país? Respondió el hombre: Se me trataba, unas veces contra salario,
y otras para pagarme. Jesús continuó: ¿Por qué has venido a este país? El hombre
contestó: Para pedir limosna, y para subvenir a mis necesidades materiales. Y Jesús
sentenció con gravedad: Si soportas con calma tus tormentos, encontrarás más tarde el
reposo. A lo que el hombre replicó: Pueda o no pueda, los soporto y los acepto con
júbilo.
2. Y Jesús dijo: ¿A qué dios sirves? El hombre repuso: Al dios Pathea. Y Jesús le
preguntó: ¿Encuentras, pues justo que te halles en este estado? El hombre manifestó:
He oído decir a mis padres que ese dios es el dios de los sirios, y que puede hacer a los
hombres todo lo que le place. Interrogó Jesús: ¿Cuál es tu nombre? El hombre dijo:
Hiram. Y Jesús lo conminó, diciendo: Si quieres curarte, abandona ese error. Hiram
dijo: ¿Y cómo he de dar crédito a tu propuesta? Porque tú eres todavía un niño,
mientras que yo soy ya un varón adulto. Y Jesús le preguntó: El dios de tu culto ¿tiene
el poder de devolverte la salud y la vida por una simple palabra? Y Jesús añadió: Si
crees de todo corazón, y si confiesas que hay un Dios del cielo y de la tierra, que ha
creado el mundo y el hombre, tal Dios es capaz de curarte. Hiram apuntó: No he oído
hablar de él. Jesús dijo: Sea. Pero cree sencillamente, y tu alma vivirá. Hiram le
preguntó: ¿Y cómo hacer ese acto de fe?
3. Respondió Jesús: He aquí la fórmula. Creo que es un Dios muy alto, el Padre
creador de toda cosa, y creo en su Hijo único y en el Espíritu Santo, trinidad y
divinidad una y perfecta. Hiram repuso: Creo lo que me dices. Entonces Jesús le habló,
interrogándolo: ¿No te has presentado a alguien, para que te cure? E Hiram exclamó:
¿Qué médico podría librarme de tan grave enfermedad? Jesús dijo: Aquel a quien
pagues, lo podrá fácilmente. Hiram opuso: Pobre como soy, nada tengo que dar, y
nadie hace la caridad gratuitamente. Y Jesús objetó: ¿No has dicho tú mismo antes que
has venido de un país lejano, que has recorrido numerosas comarcas, y que has
recibido limosnas? ¿Por qué dices ahora falsamente que no tienes con qué pagar?
Hiram repuso: ¡Perdona, niño! Lo que te he dicho es que nada tengo que dar, excepto
el alimento que recibo al día, y el vestido que me cubre.
4. Y Jesús, viéndolo llorar, exclamó: ¡Oh hombre, dirígeme tu demanda! ¿Qué puedo
hacer por ti? Y respondio Hiram: Haz por mí todo lo que te plazca, y gratifícarne con
algún socorro. Y Jesús, extendiendo la mano, tomó la suya, y le ordenó: Levántate,
yérguete sobre tus pies, y ve en paz. Y, en el mismo momento, el hombre quedó
curado de sus males. Y cayó llorando de hinojos ante Jesús, y le hizo la siguiente
petición: Señor, si quieres, te seguiré en calidad de discípulo. Mas Jesús le dijo:
Vuelve en paz a tu casa, y cuenta todo lo que he hecho por ti en este encuentro. Y el
hombre se prosternó de nuevo ante Jesús, y marchó a su país.
De cómo se cumplieron las tradiciones escritas por los profetas y sobre las cosas
sorprendentes que hizo Jesús
XXVII 1. Y de nuevo fue Jesús llevado del Espíritu a la villa de Nazareth. Y
circulaba siempre por los Sitios retirados. Y los que lo veían se sorprendían y
murmuraban entre sí: Verdaderamente, el niño Jesús, el hijo del viejo, tiene el aire
despierto e inteligente. Algunos refrendaban: Cierto es lo que decís. Mas Jesús no se
manifestaba a ellos, a causa de su incredulidad.
2. Y sucedió que, aproximándose la gran fiesta, Jesús quiso ir a Jerusalén. Y, en el
curso del viaje, se encontró con un viejo canoso que se sostenía sobre dos cayadas, las
cuales desplazaba alternativamente, dejándose caer de la una a la otra. Y estaba
enfermo de los ojos y de los oídos. Al verlo, Jesús se sorprendió, y le dijo: Bien
hallado seas, viejo cargado de años. Y el anciano contestó: Bien hallado seas, niño,
hijo único del gran rey, y primogénito del Padre. Y Jesús indicó: Siéntate aquí, reposa
un poco, y luego proseguiremos nuestra ruta. El viejo asintió, diciendo: Hijo mío,
cumpliré tu orden. Y, cuando se hubieron sentado, Jesús se puso a interrogarlo en estos
términos: ¿Cuál es tu nombre, anciano? ¿De qué raza eres? ¿De qué país has venido a
éste?
3. Y el viejo contestó: Mi nombre es Baltasar, soy de raza hebraica, y vengo del país
de la India. Jesús le preguntó: ¿Qué buscas aquí? Y el viejo expuso: Mi padre era un
príncipe noble e iniciado en el arte de la medicina, cuya práctica me enseñó. Pero
ahora estoy impotente, y mi intención es ir a Jerusalén, para mendigar, y ganar así mi
vida. Jesús le hizo observar: Siendo hijo de médico, ¿cómo no puedes curarte a ti
mismo? El viejo repuso: Mientras fui joven, fuerte y robusto, practiqué la medicina.
Pero cuando la falta de salud me puso a prueba, perdí todo vigor, y hoy no soy ya
capaz de nada. Jesús dijo: ¿Fue durante tu infancia o en tu ancianidad cuando la
dolencia se apoderé de ti? Y el viejo repuso: Treinta años tenía, cuando este mal me
atacó, y todo mi cuerpo fue presa de un temblor general.
4. Al oír esto, Jesús se sorprendió, y le dijo: ¿Qué especie de tratamiento te aplicas? El
viejo contestó: A tal enfermedad, tal remedio. Mas Jesús le preguntó: ¿Sabes resucitar
a los muertos, hacer andar a los cojos, purificar a los leprosos, expulsar a los
demonios, curar todas las enfermedades, no con remedios, sino por una simple
palabra? Al oír esto, el viejo se sorprendió, y dijo, riendo: Me admiras mucho, porque
todo eso es una operación prodigiosa e imposible para el hombre. Jesús replicó: ¿Y por
qué te admiras? Y el viejo dijo: Porque, siendo todavía un niño, ¿cómo puedes saber
todo eso? Jesús contestó: Nadie me lo enseñó, sino que lo sé por mí mismo. Y el viejo
concedió: Si es como lo afirmas, de Dios y no de los hombres has recibido ese don.
Jesús respondió: Tú lo has dicho. Entonces el viejo murmuré: Paréceme que entiendes
el arte de la medicina. Y Jesús declaró, diciendo: Mi Padre posee el poder de hacer
todo eso.
5. Y el viejo le dijo: No ha habido nunca discípulo sin instrucción de su maestro, ni
hijo sin enseñanza de su padre. Te ruego que uses de caridad conmigo, y el Señor te
concederá una vida que largos años dure. Jesús dijo: Bien hablas, mas yo no puedo
hacer esto gratuitamente. Dame, pues, una retribución proporcionada a mi trabajo. El
viejo indicó: ¿Y qué retribución es la que pides? Jesús dijo: Poca cosa: oro, plata, todo
lo que por escrito acordemos bajo contrato. A estas palabras, el viejo rompió a reír.
Luego, reflexionando, pensó: ¿Qué hacer? Porque este muchacho se burla
pérfidamente de mí. Y, en voz alta, se quejó, diciendo: Niño, ¿por qué te mofas de un
viejo como yo? Se da limosna a los pobres, sobre todo a los ancianos, y no se los pone
en irrisión. Y Jesús lo hizo observar: Empezaste elogiándome grandemente, y ahora
me censuras. El viejo contestó: Es que me has irritado gravemente. Y dijo Jesús: No te
encolerices porque, no siendo más que un muchacho, haya querido entablar
conversación contigo. Entonces el viejo respondió a Jesús, y dijo: ¿Por qué no me
pides una cosa razonable, a fin de sacar provecho de mí? Pues ¿de dónde vendría esa
fortuna que me reclamas?
6. Y Jesús replicó: ¿No me has asegurado antes que eras de gran familia, hijo de
príncipe y descendiente de una casa real? El viejo otorgó: Y nada falso te aseguré,
puesto que poseía una enorme fortuna. Pero, cuando me hirió la enfermedad, todo lo
perdí. Y Jesús le preguntó: ¿Qué preferirías: recuperar tus opulentos tesoros, o hallarte
en cabal salud? El viejo respondió: Valdríame más ser hijo de un mendigo, pero no
estar enfermo. Y Jesús dijo: Si tal es tu deseo, abóname el precio de mi labor. Dijo el
viejo: No me atormentes con tan largos discursos. ¿Por qué te obstinas en hostigarme
con esas trampas y con esos engaños? Jesús repuso: ¿En qué hablé demasiado? ¿Y qué
consejo he recibido de ti? El viejo exclamó: Por amor de Dios, no me exasperes,
porque estoy gravemente enfermo. No me enojes. Ten un poco de paciencia. Nada más
he de contarte. Pero, por poseer facultades bastantes para socorrerte, me compadezco
de ti. El viejo exigió: Enuncia tus prescripciones. Y, respondiendo, Jesús le dijo: Dame
una pequeña recompensa por mi trabajo, y te curaré. Y el viejo replicó: Dios te dará
abundante recompensa por tu trabajo. Cuanto a mí, tanto me importa morir como
seguir con vida. Y Jesús le indicó: Tu curación no es tan difícil como crees. El viejo
dijo: Nada poseo más que un pedazo de pan y dos óbolos. Jesús comenté, festivo: ¡He
aquí el descendiente de gentes ricas en extremo! Entonces el viejo montó en cólera, y
exclamó, llorando: Verdaderamente, ¿he de sufrir todavía a este niño, que ya me ha
incomodado en grado sumo? Y Jesús dijo: ¡Viejo, no te enojes! Ten un poco de
paciencia, para que tu alma viva.
7. El viejo rezongó: Demasiada paciencia usé contigo, sin encontrar en ti asomos de
piedad. Y, como el viejo hubiese dicho esto, siempre entre lágrimas, Jesús le preguntó:
¿Adónde vas? Respondió el viejo: A la ciudad de Jerusalén, para mendigar mi pan. Y,
si vienes en pos mío, te daré la mitad de los recursos con que Dios sea servido de
gratificarme. Jesús interrogó: ¿A qué Dios sirves? Y el viejo contestó: Al Dios de mis
padres. Advirtió Jesús: Ahí está justamente la causa de tu aflicción. Si quieres ser
perfecto, abandona la religión de tus padres, a fin de ser salvo en alma y en cuerpo. El
viejo dijo: ¿Y cómo podría dar fe a tus palabras? Replicó Jesús: Varias veces me has
puesto a prueba, y nada has conseguido. Y, al oír esto, el viejo reflexionó, diciéndose:
Mucho temo que este niño no esté jugando insidiosamente conmigo. Mas Jesús le
ordenó: Viejo, responde a la cuestión que te he planteado.
8. Y el viejo dijo: Estoy en duda, y no sé qué hacer, ni qué responder a esa cuestión.
Me parece que Dios te ha enviado a mí, y que eres el Señor, el que sondea el
pensamiento de los hombres. Dame, pues, a conocer lo que me es necesario. Jesús
exclamó, solemne: ¿Crees que existe un Dios creador de todas las cosas y su Hijo
único y el Espíritu Santo, trinidad y única divinidad? El viejo repuso: Sí, lo creo. Y
Jesús extendió la mano sobre el viejo, y dijo: Libre quedas de tu azote, y curado de tu
mal. Y, en el mismo instante, la curación fue un hecho. Y el viejo, cayendo a los pies
de Jesús, le confesó sus pecados. Y Jesús le dijo: Perdonados te son. Ve en paz, y el
Señor sea contigo. El viejo exclamó: Te ruego que me digas cómo te llamas! Y Jesús
repuso: ¿Para qué necesitas saber mi nombre? Ve en paz.
9. Y el viejo, inclinándose, se prosternó de nuevo ante Jesús, y se marchó
apaciblemente en dirección a Jerusalén. Y, cuando los habitantes de esta ciudad vieron
al viejo inmune, le preguntaron: ¿Quién te curó? Y el viejo dijo: Me curó, por una
simple palabra, un hijo de médico, que encontré en mi camino. Ellos dijeron: ¿Quién
es ese médico? El viejo confesó: No lo sé. Y ellos fueron en su busca, y no lo
encontraron, porque Jesús había huido de aquel lugar, y vuelto a Nazareth. Y el viejo
publicó por doquiera el milagro que en él se había cumplido.
Sobre el juicio que Jesús pronunció entre dos soldados
XXVIII 1. Y sucedió, a los quince días, que Jesús pensó en mostrarse un poco a los
hombres. Y, como fuese por un camino, encontró a dos soldados que, durante su
marcha, disputaban con gran violencia, y que querían tomar uno de otro sanguinolenta
venganza. Y, cuando Jesús los divisé desde lejos, se dirigió hacia ellos y les preguntó:
¿Por qué, soldados, estáis tan llenos de furia, y en plan de mataros el uno al otro? Pero
ellos tenían el corazón tan henchido de cólera y de rabia, que no le respondieron. Y,
como llegasen a cierto paraje, ante un pozo, se sentaron cerca del agua, y se
amenazaban entre sí, con injurias. Y Jesús, que se había sentado también junto a
ambos, prestaba oído a la verbal contienda. Y uno de los dos, el que era más joven,
reflexioné, y se dijo: Él es mayor, yo menor, y conviene que me someta.
¡Desventurado de mí! Pero ¿por qué ponerle furioso, contrariándole? Me rendiré mal
de mi grado, al suyo.
2. Y, como después el soldado mirase a su alrededor, vio a Jesús sentado
tranquilamente, y le preguntó: ¿De dónde vienes, niño? ¿Adónde vas? ¿Cuál es tu
nombre? Y Jesús respondió: Si te lo digo, no me comprenderías. El soldado interrogó:
¿Viven tu padre y tu madre? Y Jesús respondió: Mi Padre vive, y es inmortal. El
soldado replicó: ¿Cómo inmortal? Jesús repuso: Es inmortal desde el principio. Vive,
y la muerte no tiene imperio sobre él. El soldado insistió: ¿Quién es el que vive
siempre, y sobre quien la muerte no tiene imperio, puesto que afirmas que a tu padre le
está asegurada la inmortalidad? Dijo Jesús: No podrías conocerlo, ni aun alcanzar de él
la menor idea. Entonces el soldado le preguntó, diciendo: ¿Quién puede verlo? Y,
respondiendo él, dijo: Nadie. E interrogó el soldado: ¿Dónde está tu padre? Y él
contestó: En el cielo, por encima de tierra. El soldado inquirió: Y tú ¿cómo puedes ir a
su lado? Jesús repuso: Yo he estado siempre con él, y hoy todavía con él estoy. El
soldado indicó, confuso: No comprendo lo que dices. Y Jesús aprobó: Ello es, en
efecto, incomprensible e inexpresable. El soldado añadió: ¿Quién, pues, puede
comprenderlo? Jesús dijo: Si me lo pides, te lo explicaré. Y el soldado encareció: Te
ruego que así lo hagas.
3. Y Jesús expuso: Estoy sin padre en la tierra, y sin madre en el cielo. El soldado
objetó: ¿Cómo has nacido, y cómo te has alimentado? Jesús dijo: Mi primera
generación procede del Padre antes de los siglos, y mi segunda generación tuvo lugar
sobre este suelo. Mas el soldado prosiguió objetando: ¿Cómo? ¿Se vio nunca que
quien nació de su padre, renazca de su madre? Jesús advirtió: No lo entiendes como es
debido. Y el soldado replicó: ¿Cuántos padres y cuántas madres tienes? Contrarreplicó
Jesús: ¿No te lo dije ya? Yo tengo un Padre único, y, con él, allá arriba, nací sin
madre. Yo tengo una madre única, y, con ella, aquí abajo, nací sin padre. El soldado
opuso: Primero dices que has nacido de tu padre, sin haber tenido madre, y después
dices que has nacido de tu madre, sin haber tenido padre. Jesús concedió: Así es. El
soldado exclamó: ¡Prodigiosa manera de nacer y de existir! ¿De quién eres hijo, pues?
Jesús afirmó: Soy hijo único del Padre, vástago carnal surgido de mi madre, y
heredero de todas las cosas. Y el soldado argumentó todavía: Tu padre, ¿no ha
conocido a tu madre? ¿Cómo entonces tu madre te ha concebido en su vientre, y te ha
traído al mundo? Dijo Jesús: Por efecto de una simple palabra de mi Padre, sin
sospecha de una aproximación a él por parte suya, y sin la idea siquiera de esta
aproximación. Rearguyó el soldado: ¿Cómo puedes conciliar las voluntades de tu
padre y de tu madre, y complacer los deseos del uno y de la otra? Respondió Jesús:
Estoy con mi Padre en el cielo, y permanezco con él por toda la eternidad, y habito con
mi madre en la tierra.
4. El soldado exclamó: ¡Sorprendente es lo que dices! Y Jesús repuso: ¿Y por qué me
planteas la cuestión sobre la que me interrogas, y que no puedes comprender? Mas el
soldado dijo: Si te he interrogado, ha sido con objeto de inducirte a que te pongas a
nuestro servicio. Además, he reconocido que eres vástago de una ilustre familia real.
Dios te glorifique en todo lugar y en todo tiempo, y te haga obtener la herencia de tu
padre.
5. Y Jesús le contestó, diciendo: Bendito seas de Dios. Pero informadme sobre el
motivo de vuestra querella. Y el soldado dijo: Yo te explicaré todo el asunto, y tú
pronunciarés entre nosotros una justa sentencia. Jesús dijo: Sí. Contadme el caso. Y el
soldado expuso: Somos del país de los magos y de una casa real. Hemos seguido a los
reyes que llegaron a Bethlehem con numerosas tropas y con ricos presentes en honor
del recién nacido rey de los israelitas. Cuando los reyes volvieron a Persia, nosotros
fuimos a la ciudad de Jerusalén, y, por amor de Dios, nos convertimos en compañeros
y como en hermanos el uno del otro. E hicimos un pacto de alianza,
comprometiéndonos por juramento a no separarnos hasta morir, y repartirnos, en
amistad perfecta y con equidad mutua, todos los provechos que Dios nos enviase.
6. Y, como nos alistásemos en la guardia del palacio de un gran jefe del reino, mi
poderoso príncipe me envió con un mensaje a un país lejano, donde permanecí largo
tiempo. Se me recibió allí con benevolencia y con honra, como la etiqueta de las cortes
reales prescribe hacer, concediendo a los portadores de mensajes las deferencias que
les son debidas. Por la gracia de Dios, volví satisfecho y, de todo lo que gané, nada
oculté a mi amigo y estoy pronto a repartirlo con él. Mi camarada partió también con
una tropa de caballeros y regresó a su casa, después de haber obtenido un rico botín.
Yo le pido que reparta conmigo el haber que ha traído de su expedición y él se niega a
ello y, en cambio, me reclama ásperamente la deuda que de mí le corresponde. Y,
ahora, ¿qué me ordenas que haga?
7. Y Jesús dijo: Si queréis escucharme, y obrar con rectitud, no os engañáis
mutuamente, y no olvidáis vuestros compromisos, antes bien, haced lo que habéis
prometido cumplir con toda solemnidad. Repartid vuestras ganancias equitativamente,
conforme al uso de la regla humana y a lo que habéis jurado sobre la ley divina. No
mintáis en presencia de Dios y no os frustréis el uno al otro injustamente, si queréis
vivir en amistad recíproca.
8. Empero el otro compañero, el que tenía más edad, manifestó: Niño, el juzgar en
verdadero derecho, no te concierne en modo alguno. Yo estuve en el campo de muerte,
corrí mil peligros y a duras penas pude tornar a mi hogar. Él, rodeado de un aparato
principesco, visitó los palacios de los reyes y volvió con presentes numerosos. Es,
pues, justo que me dé una parte de lo suyo y que yo no le dé nada de lo mío.
9. Mas Jesús replicó: No sabes lo que dices, soldado. Si, a la ida o a la vuelta, hubiera
él sufrido de los enemigos todo género de vejaciones, ¿qué parte le hubieras dado tú?
Y añadió: Si quieres repartir lo tuyo con él en plan de amistad, descubre claramente tu
pensamiento. Y, pronunciadas estas palabras, Jesús se calló.
10. Entonces, el soldado de menos edad se incorporó, se puso de hinojos ante su
colega, y le dijo: Perdona, hermano, que te haya contrariado gravemente, y haz ahora
lo que gustes. Yo repartiré, pero no viviré más contigo en relación de comunidad. Tú
has adquirido importancia, y te has convertido en el asesor de los reyes. Yo soy pobre,
me veo sin recursos, y tomará lo que buenamente quieras darme. Entonces Jesús,
mirándolo, lo amó, y se llenó de piedad, al ver su mansedumbre. Porque el mayor era
violento, por ser hijo de pobre, y el menor era humilde, por ser vástago de casa grande.
11. Y Jesús dijo al último: Según lo que me referiste al principio, fuisteis a Bethlehem,
en la comitiva de los magos. ¿Visteis con vuestros propios ojos a aquel rey recién
nacido, que había venido al mundo? El soldado más joven repuso: Sí, lo vi, y lo adoré.
Jesús preguntó: ¿Y qué pensaste de él? ¿Qué fe tienes en él? El soldado respondió: Es
el Verbo encarnado, enviado por Dios. Y, conducidos por una estrella, fuimos a
visitarlo, y lo encontramos nacido de lá Virgen y acostado en la caverna. Jesús apuntó:
He oído decir que vive todavía. El soldado confesó: No lo sé. Pero he oído decir que lo
mataron por orden de Herodes, después de haber sido éste engañado por los magos.
Algunos afirman que, por causa suya, Herodes hizo perecer a los niños de Bethlehem.
Otros pretenden que su padre y su madre huyeron con él a Egipto. Jesús comentó:
Estás en lo cierto, pero repito que he oído decir que vive todavía. Ahora que no falta
quien asegure que no era lo que se creía, sino un impostor y un seductor. El soldado
rectificó: No propagues sobre él difamaciones que no podrías probar, porque todos los
que lo han
visto, aseguran que es el rey de Israel. Mas Jesús opuso: ¿Por qué entonces el pueblo
de Israel no ha creído en él?
12. Y los soldados dijeron: Lo ignoramos. Y Jesús interrogó: ¿Cómo os llamáis? Y un
soldado contesté: Mi nombre es Khortar. Y el otro: Mi nombre es Gotar. Jesús añadió:
¿A qué dios servís? Los soldados repusieron: Cuando vinimos a este país, estábamos
seducidos por los falsos dioses del nuestro, y practicábamos el culto del sol. Y Jesús
expuso: Volviendo a vuestro pleito, ¿cómo pensáis resolverlo? Y los soldados
replicaron: Haz lo que te sugiera tu buen juicio, pues nos has aparecido hoy como un
juez entre ambos. En efecto: desde que nos has visto, cesó nuestra indignación
precedente, y la gracia de Dios descendió sobre nosotros. Y, mientras con nosotros has
departido, nuestros corazones se han llenado de un vivo júbilo.
13. Y Jesús hizo entre los dos un reparto equitativo, y los soldados se conformaron con
su decisión. Y él los bendijo, y ellos prosiguieron su camino en paz.
Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco

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